Querida Laura, el título de esta columna hace referencia a una vieja película colombiana que seguramente no conoces. Tiene más años que tú y no fue muy comercial. Sin embargo, tiene tu nombre y no solo eso, su acción transcurre el 9 de abril de 1948, aquella fecha crucial para la historia de nuestro país. Un día que marcó un antes y un después para nuestra sociedad.
Tu jefe seguramente sí la vio, pues Confesión a Laura se estrenó justo cuando él salía de la clandestinidad y el M-19 pasaba de las armas a la disputa de las urnas. Pero seguramente tú tampoco sabes mucho de eso. Eres muy joven y mira lo lejos que has llegado. Eres la ministra de Relaciones Exteriores de un país que carga a cuestas décadas enteras de violencia, muerte y olvido hacia los más necesitados.
Seguro sí sabes que en aquel 9 de abril mataron a Gaitán. Tu jefe lo menciona mucho. Pero tal vez no dimensionas qué tipo de persona era aquel hombre que cayó víctima de quien sabe qué poderosas e invisibles fuerzas que terminaron desfigurando a todo un país. Aquí comienzo mi confesión a ti, Laura Sarabia.
¿Qué clase de cosas mágicas deben pasar en la vida de una persona para convertir su vida en una dedicada al servicio público? No hay labor más difícil e ingrata. No hay objetivo más loable que el de servir a una nación repleta de necesidades como la nuestra. Pero me pregunto: ¿crees que lo estás haciendo bien? ¿Estás sirviendo al país o solo a unos pocos?
Confieso, Laura, que la primera vez que te vi en persona quedé maravillado por tu inteligencia, superior a muchas. Confieso que pensé que alguien de tu talante junto al presidente Petro podría ayudarle en una labor generosa para el país. Confieso que hoy me decepcionas.
Hay personas inteligentes buenas y personas inteligentes malas. Y no es una cosa biológica ni genética, cada uno define cómo usar inteligencia. Podrías haber usado la tuya para ponerle punto final a aquel repugnante sistema corrupto que conociste desde dentro cuando trabajabas junto a Armando Benedetti en el Congreso de la República. A fin de cuentas, junto a él viste lo oscura y repugnante que puede ser la política. Las trapisondas, las argucias, los embelecos, las falacias y la constante hipocresía de nuestros gobernantes. Confieso que creí que siendo joven e inteligente ibas a luchar contra aquellas fuerzas. Confieso que me equivoqué.
Claro que el poder es seductor. ¿Pero hiciste lo correcto por Colombia? ¿O simplemente serviste para replicar aquel esquema maldito que no ha hecho más que multiplicar nuestras desgracias? ¿Te sientes orgullosa? Confieso que es imposible admirar a quien pudiéndolo cambiar todo prefirió ser una más de un condenable grupo.