Por Víctor Diusabá Rojas
Especial para El País – Madrid (España)
En esa montaña rusa que terminan siendo todas las ferias, y los propios festejos, la de San Isidro es paradigmática. Aquí se pasa del cielo al infierno entre una suerte y la siguiente. O de una faena a otra. Ni que decir, de tarde a tarde.
Por eso mismo, no resulta extraño que la primera semana del ciclo actual haya partido de la cima de una puerta grande, la de Alejandro Talavante, para ir a parar una semana después a una corrida como la del viernes en la que poco pudieron hacer José M. Manzanares, Fernando Adrián y Pablo Aguado ante el poco toro que echaron el Puerto de San Lorenzo y la Ventana del Puerto, ante plaza llena. Adrián pudo triunfar con uno de Victoriano del Río, pero sus fallos con la espada le negaron esa opción.
Quizás porque de eso mismo se trata el insólito atractivo de esta fiesta: sumar fracasos para luego darle inmenso valor a los éxitos.
Y es que mientras la puerta grande de Talavante, con toro de Victoriano del Río, comienza a ganar terreno, en la medida de que es, hasta el día de redactar este texto, viernes, la única salida a hombros, los desarrollos de las demás tardes obligan a recordar obras y ejemplares meritorios.
Ahí entra Miguel Ángel Perera y su faena de la segunda tarde, a toro de Fuente Ymbro, que bien pudo terminar en el camino que lleva directo y a hombros a la Calle de Alcalá. La espada le dijo no, como igual le había sucedido al extremeño días atrás en la Feria de Abril de Sevilla.
En esas tres primeras tardes, los reflectores apuntaron a ellos dos, Talavante y Perera. Sólo que alguien más subió al escenario: Víctor Hernández, quien cortó una oreja el domingo 11 a un toro de El Pilar. Aunque lo suyo fue mucho más que eso. Hernández dijo ese día, cómo ya lo había hecho de novillero en este mismo ruedo, que quiere formar parte de la vanguardia de la renovación.
Y si hablamos de renovación hay que mirar hacia esa otra franja, la de quienes quieren hacer de las oportunidades un salto de proporciones para que cuenten con ellos.
El primero en aprovecharlas, en la novillada del martes, fue Aarón Palacio, de quien ya se ha venido hablando en voz alta. Y el zaragozano justificó ese voz a voz que habla de sus fortalezas. Tuvo dos retos de Alcurrucén muy distintos y a ambos supo responder. El primero, con valor y decisión. El segundo, con cabeza no exenta de torería.
Vino el miércoles lo de Pedraza de Yeltes, aquello a lo que solo se apuntan quienes tragan toro. La tarde fue tan pesada que la indigestión a la altura del quinto toro era digna de consulta con el especialista. Menos mal, el último plato salvo la inversión: ‘Brigadier’, voluminoso como todo el encierro, se hizo atleta.
Primero, para tomar dos varas, yendo de largo desde la propia boca de riego hasta donde empujan los bravos en el peto. Y, luego, en franca lucha para permitir que el mexicano Isaac Fonseca se llevara una oreja que pesa, en particular, por las características de ese bravo al que le dieron la vuelta al ruedo.
En cambio lo del hierro de Fraile, en el día festivo local del santo patrón, no tuvo salvación. Cinco de seis mansearon y el único que valió, tardó en doblar para negar algún reconocimiento a Paco Ureña. Quién no pasó de largo o en silencio, pese a la pobreza de lo de Valdefresno, fue Alejandro Chicharro, digno de más opciones.
Nunca dio la espalda el nacido en la sierra de Madrid. Por el contrario, marchó al frente de guerra que plantearon, de mala manera, los ‘frailes’, desfondados sin vergüenza.
Así fue esta primera larga semana de San Isidro, de subes y bajas, con mucha gente en los tendidos y un clima incierto, como muchos de los toros que han saltado.