Mientras el primer ministro de Israel, Benjamín Netanyahu, anunciaba sus intenciones de controlar lo que queda de la franja de Gaza, la escritora Laura Restrepo (Bogotá, 75 años) abría las páginas de su nuevo libro, con el que busca confrontar a sus lectores con la historia del genocidio de un pueblo. “¿Nos pilla demasiado lejos lo que pasa en Gaza?”, cuestiona. Añade que su regreso a Colombia, después de 20 años viviendo en España, es también una forma de subir a un mirador para otear, con ojo crítico y sensible, la guerra en Oriente Próximo. “Colombia es un sitio especialmente lúcido. Aunque no lo pensemos, creo que el bienestar que tienen en Estados Unidos o en Europa los hace mucho más ciegos que a nosotros, que somos gente que permanentemente se confronta con el desastre y con la muerte”.
De sonrisa amplia y voz susurrada, una de las escritoras más reconocidas de Colombia ha presentado en la Feria Internacional del Libro de Bogotá y en varias librerías de la ciudad Soy la daga y soy la herida (Alfaguara), una obra que señala que pertenece a un género literario nuevo, que denomina brutal noir. El libro habla con naturalidad de la muerte y los poderes absolutos de los gobiernos autoritarios. Sin alusiones directas al genocidio de Gaza, al Gobierno de Donald Trump en Estados Unidos o, en escala más local, al horror de La Escombrera de Medellín, la autora retoma la idea de banalidad del mal de Hanna Arendt y señala que la sociedad ha asumido como cotidianas las injusticias en el mundo. “¿Vamos a cerrar los ojos porque es incómodo mencionarlo? ¿No vamos a inquietar a la gente? Si nos acostumbramos a esto, nos acostumbramos a cualquier cosa. Vamos a pasar como la generación que cerró los ojos ante el genocidio”, dice.
Restrepo comenzó la construcción de su obra en noviembre de 2023, cuando emprendió un viaje hacia Gaza junto a Médicos sin Fronteras. El más reciente pico de la guerra apenas comenzaba. La organización no logró el acceso y, con su hijo Pedro Saboulard, quedaron varados en la frontera con Egipto. Allí entraron a los refugios humanitarios, y contaron la historia de los últimos colombianos que quedaban en el enclave palestino. Pero los cuatro artículos que publicaron en varios portales y medios de comunicación fueron insuficientes.
“Hace mucho que las gentes no acuden a la plaza para presenciar el show; se limitan a ver ejecuciones de ficción, en casa y por pantalla, los domingos y en pantuflas, con palomitas de maíz y gorros de cerveza. Se ha domesticado el horror y se ha enfriado el fervor”.
Libro Soy la daga y soy la herida, Laura Restrepo.
Gaza se convirtió, para Restrepo, en la encarnación de la más cruel violencia de la humanidad contra la humanidad. “Allí termina la cultura occidental que, si no se replantea, ¿sobre qué vamos a construir? La democracia implosionó”, asegura con su libro entre las manos. La obra, que lleva por portada un dibujo suyo hecho a mano, es también una apuesta por la novela gráfica y los simbolismos de la literatura.
La carátula del libro muestra el cuerpo ensangrentado de un hombre, con dagas y hachas clavadas, abrazado por palabras ininteligibles. Al comienzo de cada capítulo aparece un mismo dibujo, el de un cuerpo sin cabeza que lleva un hacha en una mano y un corazón ardiente en la otra. En las entrañas, un laberinto; sobre el sexo, una calavera. “El Acéfalo se lo inventan los surrealistas como una forma de resistencia”, explica Restrepo. “Es la idea de que no hay que pensar más con la cabeza, sino con el inconsciente, la intuición o los sueños”.
El narrador y protagonista de la historia es Misericordia Dagger, un verdugo ilustrado que enfrenta las vicisitudes de su oficio de decapitar por órdenes de Abismo, una especie de dios omnipresente pero invisible, que no es más que la representación de la burocracia asesina. “Para mí, Abismo es Trump, es Netanyahu, son esos monstruos que están sembrando la muerte en el planeta, que están guiados por las apetencias y el desenfreno del capitalismo y nos están sembrando la muerte como una forma de vida”.
Con ese personaje, que reencarna en cuerpos de mujer, de cisne o de hombre, Restrepo critica a los poderes políticos y económicos que sostienen las guerras. “Quien quiera entender, que entienda. No siempre es fácil con Abismo, sobre todo cuando le da por hablar en lenguas: l’État c’est moi, abun di bashmayya, cucurrucú paloma, veni vidi vici, limpieza racial y balneario, guerra per gli uomini, pace per gli dei, Make America great again”, se lee en el libro.
La obra va más allá del genocidio de Gaza, aunque su corazón esté allí. Restrepo señala que es también un espejo de los bombardeos en Yemen, la guerra en Sudán, la crisis económica y social de Cuba, la invasión de Rusia a Ucrania, los recortes de la salud pública en Estados Unidos, la lucha de Puerto Rico por independizarse, el horror colombiano de la desaparición forzada. “La alusión a La Escombrera está puesta muy a propósito”, señala sobre del vertedero de escombros y basuras en Medellín, que fue un sitio de enterramientos clandestinos por parte de grupos armados. El debate sobre el lugar concluyó en una frase histórica de las mujeres y familias buscadoras: “Las cuchas [madres] tienen razón”. Restrepo lo dice sin tapujos: “Ese graffiti derrumbó lo que el poder había querido tapar durante tiempo. Al horror lo salvaguarda el silencio”.
En las 205 páginas de la novela, sin embargo, aparecen personajes que quiebran el ambiente mortuorio. Una abuela ciega; una madre soltera preocupada por sus hijos; Dix, la nadadora de la que se enamora el verdugo. “Ella es el momento en que el amor rompe la lógica. Representa que el discurso capitalista deja por fuera el amor, porque está hecho de ambición, competencia, de destrozar al otro, de egocentrismo”, explica, dejando claro que la obra cabalga entre el surrealismo y el simbolismo. Luego interrumpe la charla para compadecerse por un perro que pasa, sin rumbo, por una convulsa calle del norte de Bogotá. Calla. Su semblante se entristece.
La ganadora del Premio Alfaguara en 2004 y cuyas obras no han guardado silencio ante las atrocidades, aclara que el nuevo libro es una apuesta y un postulado político personal. Cree que a muchos no les va a gustar su crudeza y que sus posiciones políticas pueden ser incómodas, porque no son convenientes. Soy la daga y soy la herida es la forma que encontró para enfrentar estos tiempos convulsos con humor, “para hacerlo tolerable”, como dice. Resalta el poder de la palabra, de las letras, de la literatura y de la risa, como forma de enfrentar la atrocidad. “Habrá otros momentos para construir. Este es un momento para incomodar”, señala, convencida de que nombrar cada acto atroz del mundo puede revertir el camino.