Si Bogotá fuera una postal, su cara sería Monserrate. Pero si tuviera un retrato artístico, sería parecido al que le hizo el bogotano Santiago Reyes Villaveces, una cara más cruda y realista de sus calles. En este retrato, la capital colombiana está compuesta por los charcos, huecos y grietas que forman sus desniveladas aceras y que, para bien y para mal, le dan un carácter. En una esquina se pueden mezclar piedra, ladrillo y cemento, uno sobre el otro, en una combinación poco apreciada por los transeúntes, y mucho más por este artista.
“El hueco es una carta de amor a Bogotá”, dice Reyes Villaveces, uno de los finalistas al premio distrital de artes Luis Caballero, y quien ha venido llamando la atención de los bogotanos desde hace varias semanas con su exposición en la Galería Santa Fe, en el centro de Bogotá. “Llevo seis meses pensando, escribiendo, hablando, sobre huecos”, se ríe. La instalación ocupa 750 metros cuadrados de la galería.
El hueco se ha convertido en una pequeña celebridad cultural: lo han visitado influencers que tienen miles de vistas en sus videos de la exposición; curiosos de otras ciudades colombianas que lo vieron promocionado en Youtube; cientos de bogotanos que escriben en un libro de visitas aquella vez que perdieron un diente, o se rompieron un brazo, cuando se cayeron en un hueco.
Santiago Reyes Villaveces es escultor. “Siempre me ha interesado esa relación con el hueco como un objeto escultórico, porque un hueco es ese encuentro entre el espacio positivo y el espacio negativo. Un hueco es un espacio negativo, algo que no existe, un vacío, pero para poder hacer un hueco hay que hacer todo lo que está alrededor”, dice.
En este poema físico, entre el concreto y el ladrillo, están también los rastros del pantano que fue Bogotá, que aún vive bajo las capas de cemento y que pareciera hacerse más presente en épocas de lluvia, cuando se inundan las calles y avenidas. Reyes Villaveces quiso darle un espacio protagónico a las baldosas ‘escupidoras‘: las placas de concreto sueltas de muchas aceras que, después de llover, mojan a los transeúntes que las pisan. “Quiero ver cómo ese pantano se intersecta con una historia humana”, explica el artista.
Bogotá, en El Hueco y en su historia, es hecha del ladrillo que tuvo un auge industrial; de una planeación urbana criticada, como la que eligió esas baldosas; y de mucha autogestión, como las piedras o capas de cemento que han puesto familias que no van a esperar que un Distrito lento les arregle una acera. “Bogotá es caótica, pero de caos que no es una ausencia de orden, sino una sobreposición de muchos órdenes”, dice Reyes Villaveces. “Los huecos son el producto de unas fuerzas geológicas, pero ante todo de fuerzas históricas y políticas. Es el resultado de cómo nos gobernamos”, añade.
El Hueco ha invitado a muchos visitantes a volver a pensar el “afuera”, sus calles, el cómo se han construido y el cómo se camina, a veces buscando el balance entre las baldosas mojadas. “Con esta instalación espero que, al salir de acá, a la gente se le afine la sensibilidad a ver su ciudad”, cuenta el artista. “Hace poco me contaron una anécdota de alguien que vino y después pisó una de esas baldosas escupidoras, y su primera reacción fue sonreír, porque le acordó la exposición. Después vino el madrazo”, añade.