Hasta que por fin, tras casi tres meses de suspenso, el exministro de Exteriores Álvaro Leyva reveló aquello que tanto le angustia y que como los avances de una película fue poco a poco soltando a cuentagotas desde aquel inolvidable primer Consejo de Ministros televisado. ¿Cuál será el efecto de las cuatro páginas en donde finalmente le habló al presidente Petro y al país sobre sus preocupaciones? En realidad, no creo que pase nada.
No es que la misiva tan anunciada esté carente de contenido. Hay en ella material suficiente para poner a reflexionar al país y sobre todo al presidente de la República sobre la forma en que se están llevando las riendas del país. Pero, infortunadamente, aquello que debería ser el centro del debate nacional quedó reducido a nada, eclipsado por una discusión sobre asuntos que son del resorte íntimo del presidente y que solo llevan al enfrentamiento (otro más) entre dos visiones sobre la realidad del consumo de estupefacientes.
La ministra Sarabia, el ministro Benedetti y el petrolero Roa deben estar dichosos con la torpeza de Leyva. Lo que podía haber sido un golpe durísimo hacia aquellos que el excanciller señala de tener como rehén al presidente hoy ven desde la barrera la sempiterna e interminable discusión sobre la salud del mandatario, sobre lo que hace con su vida privada, sobre si le gusta o no la fiesta, sobre si se escapa en un viaje al exterior para visitar a su familia o para irse de verbena, en fin, nada constructivo para el país. Estarán felices porque con ese debate lo único que logra es echarle más leña a la gran hoguera nacional que Leyva dice querer apagar de la mano de su exjefe.
Es irónico que en la carta le habla al presidente de la Asamblea Constituyente de 1991, pero pocos párrafos después parece haber olvidado uno de los postulados de dicho texto: “Todas las personas tienen derecho a su intimidad personal”. ¿O acaso afirmar con la vehemencia que lo hizo que el presidente es un drogadicto no es una violación a la intimidad del presidente? ¿Le consta a Leyva que lo que asegura le consta es una grave adicción que incapacita al jefe de Estado para desempeñar su trabajo? ¿O hace esa afirmación desde la atalaya moral de aquellos que condenan cualquier consumo de drogas como si todos los consumidores estuvieran en el camino a convertirse en habitantes de calle, disminuidos en todas sus capacidades, por atreverse a tocar esos productos emparentados con el descenso a los infiernos?
Hay que entender a Leyva. Poco debe saber sobre las formas en que muchos jóvenes (y no tan jóvenes) pasan sus fines de semana en fiestas donde ya casi no se consume alcohol, pero sí abundan las drogas recreativas. El valiente exministro no ha de estar al tanto de que más del 80% de aquellos que consumen drogas con frecuencia son personas completamente funcionales e incluso exitosas en sus quehaceres diarios. Tal vez se haya dejado llevar por el prejuicio y por eso terminó haciendo el imposible coctel psicotrópico de BeneRoaSarabia mezclado con fiesta presidencial. Una idea que le salió mal.
Leyva se descalificó a sí mismo al descalificar al presidente. Al negarle la posibilidad de tener una intimidad que por más jefe de Estado que sea es un derecho. Al confundir una muy perturbadora situación política con un asunto personal sobre el cual no aportó prueba alguna, Leyva pasó de lo críptico de sus trinos a la moralina ultraconservadora con la que impregnó a la verdadera denuncia. BeneRoaSarabia seguirán tranquilos, pues la carta fue carburante para su impunidad.